"¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente"
(Juan 10:24)
Estos
judíos estaban muy inquietos deseando saber la verdad acerca de
Jesús. Según ellos, las afirmaciones que el Señor había hecho
anteriormente no habían sido lo suficientemente claras y le
presionaban para que afirmara si él era realmente el Mesías.
Por
un lado daban a entender que tenían el "alma en vilo" ante
la falta de concreción del Señor en este asunto tan importante, y
por otro, parecían insinuar que Jesús estaba jugando con ellos al
no hablarles claramente. Así que le animaron a que se expresara
abiertamente, con confianza y libertad.
Ahora
bien, cabe preguntarnos si esta petición era sincera o si por el
contrario sólo buscaban un motivo para acusarle ante Pilato como un
pretendido Mesías que estaba organizando un levantamiento popular
contra Roma.
No
olvidemos lo explosivas y altamente politizadas que eran en aquel
periodo las ideas sobre el Mesías, y quizá aun más en aquellos
días en que se celebraba el levantamiento judío contra sus antiguos
opresores sirios.
Pero
si había alguna duda en cuanto a sus verdaderas intenciones, la
respuesta del Señor nos deja claro que no fueron honestos al hacer
su petición, puesto que estaban pidiendo algo que ya deberían haber
sabido.
Ellos
ya tenían pruebas suficientes de que Jesús era el Cristo, pero aun
así se quejaban de la falta de evidencias, dando a entender que
estarían dispuestos a creer si el Señor hiciera una clara
declaración pública sobre su condición de Mesías. Pero todo esto
era falso, y ellos, al igual que muchos otros en nuestros días,
intentaban justificar así su incredulidad quejándose de la falta de
pruebas para creer, ignorando al mismo tiempo todas las evidencias
que Dios ya les había dado. La realidad es que eran incrédulos
porque no querían creer y no porque desconocieran la verdad, por lo
tanto, "no tenían excusa" (Ro
1:19-20).
Ante
esta situación, el Señor no iba a complacerles dándoles lo que
pedían, sino que les remitiría a las obras que ya había realizado;
ellas daban testimonio de quién era él. Sin embargo, todo esto era
muy triste, porque su falta de deseos por conocer la verdad impedía
al Señor manifestarse a ellos con mayor claridad, tal como él
habría deseado. En cambio, cuando trató con personas receptivas,
pudo afirmar abiertamente que él era el Mesías, como en el caso de
la mujer samaritana (Jn
4:25-26), y también que era el Hijo de Dios, como hizo ante el
ciego sanado (Jn
9:35-37). Con esto se confirmaba el principio que el Señor mismo
estableció: "Mirad, pues, cómo oís; porque a todo el que
tiene, se le dará" (Lc
8:18).
Así
pues, el Señor no les dio lo que le pedían, porque tal como les
mostró, no estaban actuando con nobleza. Las credenciales que les
había presentado como Mesías eran más que suficientes, pero el
problema estaba en ellos, que a pesar de todo no querían creer en
él. "Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en
nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí". Esto era algo
especialmente grave, porque cuando una persona cierra su mente y su
corazón ante la revelación clara de Dios, empieza un proceso de
endurecimiento que puede llegar a ser irreversible.
En
cambio, si hubieran reflexionado acerca de las obras que Jesús había
hecho, fácilmente se habrían dado cuenta de que él actuaba en
absoluta comunión y armonía con el Padre, y que todos sus milagros
respaldaban su afirmación de que eran obras que el Padre le había
dado para que cumpliese a fin de que creyeran en él.
Al
fin y al cabo, como decimos nosotros, "las palabras se las lleva
el viento", pero el testimonio de los hechos es indiscutible.
Así que, si ellos no valoraban sus obras, de nada serviría lo que
les pudiera decir.
El hecho es que ellos no creían, tal como el Señor les dijo: "Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas". Su incredulidad era la causa por la que no formaban parte de sus ovejas, pero también era la prueba de que no le pertenecían. Y finalmente, su incredulidad sería la única causa por la que iban a ser excluidos eternamente.
Podrían haber creído, pero no quisieron, así que ellos eran responsables de su estado de condenación. Habían comenzado haciendo una petición al Señor en la que manifestaron que tenían "dudas razonables" en cuanto a su identidad, pero en el diagnóstico que el Señor hizo de ellos quedó claro que el problema era mucho más profundo: "ellos no creían", eran obstinadamente incrédulos, y por muchas más señales que vieran preferirían seguir cerrando sus ojos a la verdad.
En la
actualidad hay una multitud de personas, que escuchan del Señor,
otros muchos ven sus obras, ven vidas cambiadas, horizontes
despejados por la poderosa mano del Señor; pero CIERRAN su corazon a
Jesus, no le quieren conocer, niegan las evidencias, desconocen
voluntariamente las pruebas de su autenticidad, las pruebas de su
amor.
Niegan y
tratan de ocultar el sacrificio de Jesus en la cruz del calvario.
Como en aquel tiempo los judios, ahora muchos millones de personas,
intentan plantear ante DIOS, un duda razonable, para justificar su
falta de fe.
No nos
engañemos DIOS no puede ser burlado, lo que el hombre siembra eso
segara.
Siembra fe,
siega fe, siembra mentira, recoge mentira, y la mentira trae
destruccion y perdida.
Jesus esta
a la puerta y llama, si oyes hoy su voz no endurescais vuestro
corazon; abre la puerta y dejale entrar . El es el Hijo de DIOS,
nuestro Señor y Salvador, nos compro a precio de su propia vida, nos
redimio, nos justifico y nos llevara para siempre con El.
Bendiciones.
Extraido del estudio la seguridad de la vida eterna , publicado por la ESCUELA BIBLICA.
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