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lunes, 11 de julio de 2016

TURBADOS POR CRISTO

"¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente"

(Juan 10:24)
Estos judíos estaban muy inquietos deseando saber la verdad acerca de Jesús. Según ellos, las afirmaciones que el Señor había hecho anteriormente no habían sido lo suficientemente claras y le presionaban para que afirmara si él era realmente el Mesías.
Por un lado daban a entender que tenían el "alma en vilo" ante la falta de concreción del Señor en este asunto tan importante, y por otro, parecían insinuar que Jesús estaba jugando con ellos al no hablarles claramente. Así que le animaron a que se expresara abiertamente, con confianza y libertad.
Ahora bien, cabe preguntarnos si esta petición era sincera o si por el contrario sólo buscaban un motivo para acusarle ante Pilato como un pretendido Mesías que estaba organizando un levantamiento popular contra Roma.
No olvidemos lo explosivas y altamente politizadas que eran en aquel periodo las ideas sobre el Mesías, y quizá aun más en aquellos días en que se celebraba el levantamiento judío contra sus antiguos opresores sirios.
Pero si había alguna duda en cuanto a sus verdaderas intenciones, la respuesta del Señor nos deja claro que no fueron honestos al hacer su petición, puesto que estaban pidiendo algo que ya deberían haber sabido.
Ellos ya tenían pruebas suficientes de que Jesús era el Cristo, pero aun así se quejaban de la falta de evidencias, dando a entender que estarían dispuestos a creer si el Señor hiciera una clara declaración pública sobre su condición de Mesías. Pero todo esto era falso, y ellos, al igual que muchos otros en nuestros días, intentaban justificar así su incredulidad quejándose de la falta de pruebas para creer, ignorando al mismo tiempo todas las evidencias que Dios ya les había dado. La realidad es que eran incrédulos porque no querían creer y no porque desconocieran la verdad, por lo tanto, "no tenían excusa" (Ro 1:19-20).
Ante esta situación, el Señor no iba a complacerles dándoles lo que pedían, sino que les remitiría a las obras que ya había realizado; ellas daban testimonio de quién era él. Sin embargo, todo esto era muy triste, porque su falta de deseos por conocer la verdad impedía al Señor manifestarse a ellos con mayor claridad, tal como él habría deseado. En cambio, cuando trató con personas receptivas, pudo afirmar abiertamente que él era el Mesías, como en el caso de la mujer samaritana (Jn 4:25-26), y también que era el Hijo de Dios, como hizo ante el ciego sanado (Jn 9:35-37). Con esto se confirmaba el principio que el Señor mismo estableció: "Mirad, pues, cómo oís; porque a todo el que tiene, se le dará" (Lc 8:18).
Así pues, el Señor no les dio lo que le pedían, porque tal como les mostró, no estaban actuando con nobleza. Las credenciales que les había presentado como Mesías eran más que suficientes, pero el problema estaba en ellos, que a pesar de todo no querían creer en él. "Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí". Esto era algo especialmente grave, porque cuando una persona cierra su mente y su corazón ante la revelación clara de Dios, empieza un proceso de endurecimiento que puede llegar a ser irreversible.
En cambio, si hubieran reflexionado acerca de las obras que Jesús había hecho, fácilmente se habrían dado cuenta de que él actuaba en absoluta comunión y armonía con el Padre, y que todos sus milagros respaldaban su afirmación de que eran obras que el Padre le había dado para que cumpliese a fin de que creyeran en él.
Al fin y al cabo, como decimos nosotros, "las palabras se las lleva el viento", pero el testimonio de los hechos es indiscutible. Así que, si ellos no valoraban sus obras, de nada serviría lo que les pudiera decir.
El hecho es que ellos no creían, tal como el Señor les dijo: "Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas". Su incredulidad era la causa por la que no formaban parte de sus ovejas, pero también era la prueba de que no le pertenecían. Y finalmente, su incredulidad sería la única causa por la que iban a ser excluidos eternamente.
Podrían haber creído, pero no quisieron, así que ellos eran responsables de su estado de condenación. Habían comenzado haciendo una petición al Señor en la que manifestaron que tenían "dudas razonables" en cuanto a su identidad, pero en el diagnóstico que el Señor hizo de ellos quedó claro que el problema era mucho más profundo: "ellos no creían", eran obstinadamente incrédulos, y por muchas más señales que vieran preferirían seguir cerrando sus ojos a la verdad.
En la actualidad hay una multitud de personas, que escuchan del Señor, otros muchos ven sus obras, ven vidas cambiadas, horizontes despejados por la poderosa mano del Señor; pero CIERRAN su corazon a Jesus, no le quieren conocer, niegan las evidencias, desconocen voluntariamente las pruebas de su autenticidad, las pruebas de su amor.
Niegan y tratan de ocultar el sacrificio de Jesus en la cruz del calvario. Como en aquel tiempo los judios, ahora muchos millones de personas, intentan plantear ante DIOS, un duda razonable, para justificar su falta de fe.
No nos engañemos DIOS no puede ser burlado, lo que el hombre siembra eso segara.
Siembra fe, siega fe, siembra mentira, recoge mentira, y la mentira trae destruccion y perdida.
Jesus esta a la puerta y llama, si oyes hoy su voz no endurescais vuestro corazon; abre la puerta y dejale entrar . El es el Hijo de DIOS, nuestro Señor y Salvador, nos compro a precio de su propia vida, nos redimio, nos justifico y nos llevara para siempre con El.


Bendiciones.

Extraido del estudio la seguridad de la vida eterna , publicado por la ESCUELA BIBLICA.



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